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Simon Belmont 2025-04-01 21:07:15 -04:00
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title = 'Impulso'
description = 'Segundo relato perteneciente al ciclo Cibercemí por el autor Peter Domínguez.'
categories = ['Literatura']
tags = ['Literatura', 'Ciencia ficción', 'Cyberpunk', 'Cuento Corto', 'Cibercemí']
+++
Atabex es una ciudad maldita. Desde que tienes edad para caminar, lo
primero que debes hacer como tecnotaíno y miembro de uno de los cuatro
cacicazgos es recibir tu primer implante; quien no esté modificado, es
un hereje que no tiene forma de conectarse con las divinidades que
habitan en el espacio cibernético. Los cibercemíes son programas de
origen divino, desarrollados por los dioses para comunicarse
directamente con el Behique de cada cacicazgo. Los menos privilegiados
podemos descargar a nuestra red neuronal tanto de su mensaje como el
ancho de banda lo permita, y de acuerdo a las especificaciones de
nuestros implantes.
No estar mutilado por la tecnología en esta ciudad es un símbolo de
traición hacia las tradición; un rechazo de tus raíces indígenas; más
que nada, eres visto como un desamparado: alguien carente de guía
espiritual y sin manera de conectarse al gran espacio sagrado donde
habitan los dioses. Yo, al igual que todos, estoy modificado en cada
centímetro de mi cuerpo. Aún si no creyera en las leyendas, lo
necesitaría. Mi trabajo es uno de los más ocupados de mi cacicazgo: soy
un para-médico que trabaja para Atamed, un conglomerado de industrias
farmacológicas y otros servicios de salud desde el sector privado.
Detesto mi trabajo. No sólo me convierte en un espectro nocturno que
recolecta las almas de los exánimes, sino que también me obliga a dar
prioridad a los ricos y poderosos en cualquier situación de emergencia.
Me da asco cuando debo ignorar la alerta de alguien porque un ejecutivo
está sufriendo un infarto luego de atragantarse comida chatarra por
décadas a cuesta de dinero del cartel o de los impuestos de las tribus
que administra.
Cuando recibí la notificación a la terminal de mi ambulancia que debía
ir a rescatar a otro político corrupto, quise mandarlo al carajo e ir a
donde la mujer que pedía socorro desde hace dos horas por haber recibido
puñaladas de su ex-marido. Pero sabía que si ignoraba las órdenes de
Atamed, sería castigado por mis superiores. Además, la mujer
desaparecería; luego me pondrían a trabajar los peores turnos con paga
reducida hasta que recordara quién es que realmente paga mi sueldo y
provee el financiamiento de toda esta operación.\
\
La casa del político era una pequeña mansión, con un corto pero elegante
jardín. Nadie contestó al tocar la puerta, así que le pedí por radio a
los ingenieros de la ciudad que desconectaran los seguros electrónicos
de la residencia. Una vez que verificaron mi código de emergencia, la
puerta principal se abrió. Un pozo sangre cubría gran parte del suelo.
El cuerpo yacía de lado al fluido y parecía expandirlo con rapidez. No
tuve que desempacar mi equipo para concluir que había fallecido hacía
unos minutos: tal vez siete o ocho disparos. Uno le perforó el cráneo y
otros probablemente alguno de sus órganos vitales. Por protocolo le tomé
el pulso y acomodé su cadáver para examinar de cerca las heridas. A este
punto debía declararlo y avisar a las fuerzas armadas del Behique. Pero
algo me detuvo. Un impulso. Sin darme cuenta ya tenía la mano en su
bolsillo trasero. Extraje una billetera electrónica y revisé el balance.
Mis ojos se ancharon ante el total que tenía guardado en su cuenta. Se
trataba de una billetera local, sin conexión alguna a la uninet. Un hijo
de puta como él no merece ni un sólo crédito de esos. Por eso me
transferí una parte insignificante de su fortuna a mi propia billetera.
La única seguridad que tenía era su biometría, así que usé la retina que
le quedaba al igual que su huella digital para llevar a cabo la
transacción. Sentí que estaba retomando algo que me habían quitando. Tal
vez no a mí en específico, pero a muchos otros como yo. Que se joda. Ya
no lo necesita.
Una lluvia violenta azotaba la ciudad. Mi ambulancia sobrevolaba los
edificios con su sirena al máximo. Las luces del vehículo relampagueaban
girando en círculo, iluminando el espacio aéreo entre los rascacielos.
Me dirigía de camino a la central, cuando recibí una llamada a mi
holófono que registraba un número desconocido. Contesté luego de
ignorarla las primeras veces.
---Tienes algo que no te pertenece ---exclamó una voz con más
incomodidad que ira.\
---Podría decir lo mismo de su antiguo dueño ---respondí con calma.\
---Te estoy enviando una dirección electrónica para depositar un pago.
Si haces la transferencia en... digamos no más de una hora, lo haré
rápido y sin dolor. No me verás el rostro.\
---¿Ni siquiera una promesa de perdonarme la vida? ---dije casi con
indignación.\
---Jamás insultaría tu inteligencia con una propuesta tan absurda. Tú y
yo sabemos que no puedo dejarte con vida. No después de que viste el
cadáver y robaste los créditos. Lo único que puedo ofrecerte es una
muerte más pacífica si colaboras conmigo.\
---Digamos que te envío la mitad de los créditos. ¿Te quitaría el deseo
de asesinarme?\
---He estado en este negocio por más de una década. Nada podría
despojarme de ese deseo. Soy muy meticuloso, y creo que has visto lo
eficaz de mi trabajo.\
---Cada disparo fue colocado en un lugar vital. ¿A eso te refieres?\
---Por supuesto. Nunca fallo con un rifle a distancia. Te estuve
apuntando con él desde que llegaste a la residencia de mi objetivo. Soy
excelente realizando disparos a blancos en movimiento.\
---Pero ahora estoy fuera de tu alcance.\
---Por el momento.\
---¿Vale la pena matar a un para-médico por un fragmento del balance en
aquella billetera? En la calle dicen que es de mala suerte matar a un
socorrista. Supersticiones aparte, somos una red cercana de asociados.
Si se sabe que le hiciste daño a uno de nosotros...\
---¿Una amenaza? ¿A un sicario? Pensaba que me extenderías la misma
cortesía de no ser insultante con las propuestas presentadas.\
---Sólo digo que en algún momento podrías verte en necesidad de nuestros
servicios dada la profesión que ejerces; estarías digamos...
desangrándote en el pavimento, sin recibir respuesta de mis colegas como
represalia.\
---¿Acaso crees que sigues siendo un civil? Dejaste de ser para-médico
cuando tomaste el dinero. Ahora eres un criminal como yo y no puedes
escudarte detrás de tu profesión. Nadie defenderá el honor de un
atracador que fue lo suficientemente estúpido para robarle a un sicario.
En su billetera estaba el pago de mi contrato. Sigo una serie de reglas.
Aunque hayas tomado únicamente un crédito, en base a mis principios es
necesario encargarme de ti.
Me mantuve en silencio por un rato; pensé que estaría atemorizado
hablando con este ángel de la muerte, pero no fue así; me sentí calmado
y en completa paz mental. Luego de un profundo respiro, estaba listo
para enfrentarlo de nuevo.
---Dejé de ser para-médico hace tres años ---confesé con melancolía---.
Cuando empecé a trabajar para Atamed.\
---¿Moralizando? ¿Antes de morir? Algo trillado, si deseas mi opinión
---dijo en un tono burlón.\
---No, para nada; estoy reflexionando. Al principio, ignoré algunas
órdenes de la central. Le di prioridad a los menos afortunados y no me
importaba ser sancionado. Después de algunos meses entendí que nadaba
contra la corriente. Dices que al tomar esos créditos renuncié a mi
posición; sin embargo, siento que lo hice en el momento en que ignoré el
llamado de una familia para atender a un cliente prioritario. Como
resultado, el único hijo que tenían falleció al desangrarse. Llegué
cincuenta minutos tarde. Tal vez más.\
---¿Y esperas que me conmueva? ¿Que llore con tu historia trágica y
cambie de parecer? Perdí la cuenta de mis muertos cuando llegué a las
tres cifras. Todos te cuentan una tragedia antes de que aprietes el
gatillo, como si valiera de algo. Suplicas, llantos, e historias
sentimentalmente manipuladoras; es rutina para mí.\
---¡Eres un verdadero estúpido! ---reí a carcajadas al verlo intentar
condescender con una payasada como esa---. ¡Te estoy diciendo que no
puedes matarme!\
---Una bala calibre 7.67 en un rifle es más que suficiente ---replicó
molesto.\
---No he sido sincero contigo. No del todo; por eso piensas erróneamente
que puedes matarme. ¿Me creerías si te digo que cinco minutos es más que
suficiente en esta ciudad para matarte? ¿Incluso si continúas
respirando?\
---Déjame adivinar: me contarás otra tragedia. Deberías ser griego.\
---Un año y medio de casado. Me pide que le compre algo en el colmado de
la esquina. Cinco minutos; no más de ahí. Cuando regresé, la habían
apuñalado más de cincuenta veces. La mancha de sangre en la cama aún me
invade en algunas pesadillas. Ese fue el día en que morí. He estado en
piloto automático desde entonces. Si me disparas, moriré con una sonrisa
en el rostro. Haber tomado ese dinero me despertó de mi letargo. Y si me
llevas al otro mundo, me estarás liberando de este asqueroso mal vivir.
Los dioses me esperan en el ciberespacio. ¡Yucáhuguama Bagua Maórocoti!
¡La conexión espiritual está completa! Si vas a matarme... bienvenido
sea. ¡Libérame de esta podredumbre con tu violencia redentora!
Sentí su ira cuando colgó la llamada de repente. Me reí como un
maniático hasta llegar a mi apartamento. Dentro, en la gaveta de una
mesita de noche tenía escondida un arma y municiones. Me puse un traje
de kevlar debajo de la ropa. Era rutina recibir chalecos antibalas como
para-médico para aquellos rescates en barrios pandilleros. En el armario
tenía una escopeta y varios cartuchos. La guardé en una corra con funda
que llevaba en la espalda. Del baño saqué varios estimulantes y otros
suministros médicos. Pensé que tendría tiempo para darme a la fuga, pero
antes de salir del apartamento, el primero disparo atravesó una de las
ventanas. Me tiré al suelo en lo que continuaba el asedio. Arrastrándome
entre escombros y pedazos de vidrio, pude llegar a la puerta de entrada
y salir por el pasillo del edificio. Una señora que salió a husmear
recibió un disparo en la sien antes de que pudiera preguntarme qué
estaba pasando. Seguí arrastrándome por el suelo hasta acercarme a su
cadáver sin vida. Me detuve por unos segundos a observar la expresión de
sorpresa y horror que se había plasmado en su rostro antes de fallecer.
Lo único que me liberó del trance fue un disparo que derribó una pequeña
parte del techo cerca de mi posición. Retorné fuego desde una de las
ventanas cuando me percaté de que había dejado de disparar. El asedio
continuó con más violencia luego de haberlo provocado.
Utilicé una de las escaleras de emergencia que daban al callejón trasero
para escapar. Las fuerzas armadas del Behique rodeaban mi apartamento, y
si tenía suerte, se encargarían de matar al sicario por mí. En todo
caso, conocía muy bien el cacicazgo debido a mi profesión, y podía
esconderme en algun antro de mala muerte en las afueras del territorio
de los Carib. Las Serpientes de Sangre no me molestarían sabiendo que
estoy bajo la protección de Atamed. Si llamaba a la caballería
utilizando el número de mi identificación como empleado, estoy seguro de
que tendría un escuadrón de mercenarios protegiéndome en poco tiempo.
Pero también investigarían por qué un sicario desea verme muerto. Y
descubrirían los créditos que tomé. Nada del otro mundo: más de la mitad
de los empleados hace lo mismo. Sin embargo, me extorsionarían hasta
sacarme lo más que puedan, y luego me involucrarían en sus operaciones
bajo amenaza de delato u otro tipo de coerción. No. No podía
involucrarlos hasta que los fondos fueran lavados sin dejar rastro. Un
depósito a la cuenta de mi primo en su banca de apuestas sería
suficiente. Pero debía ser local. Tendría que llegar hasta allá con este
lunático persiguiéndome todo el camino.
Un oficial me detuvo a algunas cuadras de mi apartamento. Me vio
deambulando por los callejones, y estacionó su patrulla frente a mí. Me
apuntaba con su arma. Levanté las manos. Cuando se acercó para
revisarme, un tiro le atravesó la frente y se desplomó al instante.
Sentí el golpetazo de dos disparos que se incrustaron en el kevlar que
llevaba en el pecho. Abordé el vehículo del agente y me di a la fuga a
toda velocidad. Su deslizador no era aéreo, por lo que me vi obligado a
maniobrar por las serpentinas calles de Atabex.
Justo cuando me disponía a tomar un respiro, noté que otro deslizador me
seguía a la distancia. El psicópata no se rendiría hasta retribuirme mis
diatribas con plomo. Era una cuestión de principios. Yo tenía que servir
de ejemplo para los demás, o algún disparate similar. Estoy listo para
morir. Pero sólo bajo mis propios términos. Su deslizador ahora me
pisaba los talones. Una furia de metal contra metal rechinaba con cada
choque de nuestros vehículos. Las chispas centelleaban durante los
golpes. Quería sacarme del camino. Al manejar a mi lado, aproveché para
dispararle varias veces desde la ventana. Uno de los tiros fue certero y
perdió el balance de su deslizador por algunos instantes. Aunque le
saqué ventaja, podía sentir su ira crecer detrás de mí. Se estrelló a
toda velocidad contra mi deslizador, provocando un estrepitoso choque
que volcó nuestros vehículos y que me dejó inconsciente por un tiempo
indeterminado.
Cuando desperté, las llamas se extendían por todos lados. Me arrastré
hasta un lugar seguro de la acera, y me recosté de una pared intentando
ponerme en pie. Cuando vi al sicario acercarse, le disparé con la
escopeta que escondía en la espalda y escuché sus alaridos de dolor en
lo que se revolcaba por el suelo. El desgraciado tenía implantes
regenerativos, pero incluso éstos no serían suficientes para curar por
completo un trabucazo casi a quemarropa.
La sangre corría por mi frente. Me tomé el tiempo de encender una pipa y
fumar un rato en lo que el sicario continuaba retorciéndose de dolor.
---Me llamo Guayné ---le dije sonriendo. La sangre y el sudor se
mezclaban ahora con el sabor de mi pipa. Sentí dos disparos más en mi
chaleco. Uno de ellos lo atravesó.\
---Soy Yoquei ---respondió luego de abrir fuego. Haló el gatillo una vez
más, pero el arma estaba vacía. La lanzó a un lado y se recostó de la
pared junto a mí---. ¿Pasó una?\
---Eso creo ---respondí. Toqué mi costado y mi mano se empapó de sangre.
Traté de reír, pero sólo pude toser algo de sangre.\
---Te dije que no fallo ---se jactó Yoquei con sadismo.\
---Fallaste más que mi abuela con una ametralladora ---le dije con
osadía. Nos reímos a carcajadas---. Dime algo: ¿Llegamos a territorio
colorado?\
---Sí. Estamos en tierra de serpientes ---admitió con una mezcla de
sorpresa y admiración. Encendió su pipa para acompañarme.\
---Los dioses me esperan del otro lado ---aseguré con solemnidad---.
Pero... quisiera ver a mi esposa. Y a las personas que no pude salvar.\
---¿Crees que sea posible morir allá? ¿En ese otro lugar?\
---¿Preocupado? ¿Por todos los que enviaste a ese sitio?\
---Quizás. Bueno, alguien en particular. Un buen amigo. También un perro
rabioso.\
---Qué curioso. Un sicario como tú le tiene miedo a un simple animal.\
---Es más respeto que otra cosa.\
---Tengo mucho sueño ---dije con dificultad.\
---Eso es la pérdida de sangre ---explicó el sicario observando mi
herida---. Es una de las peores muertes. Lenta y con dolor.\
---A mi me parece pacífico. Como un viaje a otra ciudad sin boleto de
regreso.\
---¿Cuál era el plan? ¿Escapar con los créditos y luego qué? ---preguntó
algo incómodo, pero curioso.\
---No lo sé ---admití entre toses---. Tal vez en abrir una clínica. Algo
mío, donde el tratamiento no dependa de protocolos ni de estados
bancarios.
La expresión de Yoquei me decía que discutiría conmigo sobre si una
clínica así sería sostenible, o si podría existir sin degenerar en el
mismo sistema. Sin embargo, antes de que abriera la boca una tormenta de
balas lo atravesó. El desgraciado ahora se desangraba más rápido que yo,
pero sus implantes lo mantendrían vivo. Eran del marcado negro y grado
militar. Después de todo, un escuadrón de mercenarios de Atamed había
sido enviado para rescatarme. Al principio estaba confundido. Pero luego
entendí lo que pasaba: yo era un cliente de Atamed de alta prioridad.
En la oscuridad de la ciudad, reíamos dos maniáticos; perdíamos
suficiente sangre para morir, pero seguíamos con vida. Aunque por
supuesto, hacía tiempo que los dos habíamos muerto.
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