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date = '2025-03-28T10:55:07-04:00'
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draft = false
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title = 'El paseo'
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description = 'Primer relato perteneciente al ciclo Cibercemí por el autor Peter Domínguez.'
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categories = ['Literatura']
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tags = ['Literatura', 'Ciencia ficción', 'Cyberpunk', 'Cuento', 'Cuento Corto', 'Cibercemí']
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Ameyro pateaba y se sacudía mientras lo arrastraba por el suelo.
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Finalmente, dejé que cayera al pie de una mata de mangos y le quité el
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saco que le cubría la cabeza. Justo como esperaba, intentó luchar
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conmigo, pero las piernas le fallaron. Su cuerpo estaba marcado por
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todas las modificaciones que le habían sido arrancadas antes de que
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dejáramos Atabex. Cuando notó que no podría enfrentarme, y que le sería
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imposible correr, recostó la cabeza contra el tronco y se dedicó a
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respirar todo el aire que aquel saco le había impedido durante el
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recorrido.
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---¿Dónde estamos? ---gruñó entre bocanadas de oxígeno.\
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---En alguna parte entre Puerto Plata y Santiago ---dije mientras
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encendí la pipa del tabaco---. Te traje lo más lejos de Atabex que pude
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para que no se te ocurra volver.\
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---No vas a detenerme. Es sólo cuestión de tiempo para que averigüe en
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qué culo de mulo me abandonaste.\
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---Ciertamente. Más abajo de la colina hay un pequeño pueblo; si tuviera
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que adivinar... diría que a uno o dos kilómetros. Allá te dirán en qué
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lugar estás y a dónde ir para empezar el largo camino de regreso. Pero
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dime algo: ¿qué te espera allá? ¿qué te queda?\
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---Venganza. Contra Cacimar y todos esos perros traicioneros.\
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---¡Venganza! ¡Ridículo! Ya no existes Ameyro. No eres nadie.\
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---Es mi cacicazgo. ¡Mío! ¡Y de nadie más! ¡Moriré diez veces antes de
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dejarlos en las manos de esas ratas!\
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Lo pateé en el suelo hasta cansarme. Luego de escupir sangre en mis
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pies, se limpió el rostro con la mano y se apoyó nuevamente en el tronco
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para sentarse.\
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---Los cacicazgos son para los Caciques. No para sicarios como nosotros
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---le dije en lo que degustaba por fin el tabaco.\
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---Sabes que me refiero a la calle ---respondió aún con el deseo de
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pelear pero sin las fuerzas para lograrlo.\
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---Siempre te tuve mucho respeto. Por eso estás aquí y no enterrado bajo
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las dunas en las afueras de Atabex. Si no fuera por que insistí en
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encargarme de ti personalmente, los otros te habrían volado los sesos
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antes de llegar a la salida del domo.\
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---¿Y qué pretendes? ¿Que olvide? ¿Que deje a mi ciudad atrás y me
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resigne a vivir la vida de un cobarde escondiéndome entre pieles
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peladas? Es una deshonra. Mutilas mi cuerpo y me despojas de mi
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tradición, ¿esperas que te lo agradezca?\
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Me mantuve en silencio un rato para disfrutar de mi pipa. Hice algunos
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anillos que se expandían en lo que subían al cielo. Ameyro me
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acuchillaba con los ojos. Sin los implantes en sus piernas le sería
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demasiado trabajoso caminar por largos ratos. Necesitaba asegurarme de
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que regresar le fuese imposible. El jefe fue claro al darme la orden, y
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le desobedecí. Quiero evitarme problemas para no terminar bajo las
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dunas.\
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---Atabex es ahora un cuento de hadas para ti ---le comenté retribuyendo
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sus puñaladas oculares---. Hazte de cuenta que no existe. No quiero
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verte ni en Santo Domingo, ¿está claro?\
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Su respuesta se perdió en un murmullo de protesta. Saqué la pistola y le
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disparé en ambas rodillas. Un alarido agónico había reemplazado sus
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quejas. Me arrodillé frente a él y me le acerqué a su oído mientras
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todavía se retorcía de dolor.\
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---Piénsalo mejor en lo que te recuperas durante los siguientes meses
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---le susurré con calma---. Si empiezas a arrastrarte desde ahora
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llegarás antes del anochecer.\
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De camino al deslizador, me detuve un momento para verlo gatear por el
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suelo con dirección hacia el pueblito. «Le tomará tiempo, pero se
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acostumbrará» pensé intentando convencerme a mí mismo de que esto no me
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traería problemas en el futuro.\
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Surcaba los cielos en mi vehículo, pero mi mente volaba más alto aún; no
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podía dejar de pensar en que Ameyro era de la vieja escuela. Su rostro
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estaba pintado de esa ilusoria determinación que llevan a las personas a
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luchar o morir. Mi apuesta era que la vida en estos lares le suavizase
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ese fervor a medida que pase el tiempo. Tal vez la costumbre, el amor,
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la familiaridad...\
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Ya caída la noche, las luces de Santo Domingo invadían el parabrisas del
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deslizador. Decidí hacer una parada por la capital para visitar a la
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comadre. Era una mujer cuarentona que era la hija de un tecnotaíno y una
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prostituta de San Francisco. Nunca había estado en Atabex y era de piel
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pelada, pero la falta de implantes no le sentaba mal. Se había casado
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con un hombre treinta años mayor que ella, que se encontraba postrado en
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cama. Se dedicó a atenderle durante su enfermedad con el propósito de
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heredar sus bienes de su tiempo como mercader: un apartamento en Los
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Mina y unas cuantas bancas de apuestas en distintos sitios de Santo
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Domingo Este. Aunque no lo pareciera, lo quería mucho; no como amante,
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pero así como un sobrino quiere a un tío. Con todo el trabajo que pasa
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cuidándolo, nadie podría negar que se merece aquel dinero el día que
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fallezca.\
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La comadre y yo sólo eramos amigos, pero de vez en cuando nos
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visitábamos en una cabaña. Ésta era una de esas veces. Nunca sentimos
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nada el uno por el otro, pero sabíamos encontrar refugio entre las
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sábanas cuando nos hacía falta algo de calor humano. A veces pienso que
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nos la pasábamos más chismeando y bromeando que teniendo sexo. El único
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problema es que era demasiado buena descifrando mi rostro cuando
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mostraba alguna preocupación.\
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---Compadre, lo noto preocupado ---dijo cubriéndose los senos con la
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mano izquierda y fumando un cigarrillo con la derecha---. ¿Está todo
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bien? Sabe que puede contarme cualquier cosa.\
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---No es nada, comadre. El trajín del trabajo y esas cosas. Andar de
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arriba para abajo entre Atabex y Santo Domingo pone loco a cualquiera
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---respondí observando su cuerpo semidesnudo---. ¿Y para qué usted se
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tapa si encuera la acabo de ver de todas la maneras posibles?\
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---No sea tan malicioso, compadre. Hay que mantener la decencia aunque
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sea para no perder la costumbre. Además, lo conozco muy bien; no me
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cambie el tema y dígame lo que le pasa.\
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---Tranquila, comadre. No es grave. Pero si insiste... ¿usted se acuerda
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del trabajo que tengo allá en Atabex?\
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---Era... guardia de seguridad para una compañía ---recordó al rascarse
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la cara con los dedos libres de la mano que sostenía el cigarrillo.\
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---Bueno, a mi compañero de turno lo sacaron de la empresa y no se lo ha
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tomado bien. Le conseguí una oportunidad en otro sitio, pero no está
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contento y creo que va a regresar. Mi jefe no quiere verlo ni en
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pintura. Me preocupa que se aparezca por allá sin avisar y cause una
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escena.\
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---Eso ya no es asunto suyo, compadre. Si ese hombre quiere venir a
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montar un *show* en su trabajo, déjelo que haga el ridículo. Allá él con
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su loquera.\
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Encendí mi pipa y fumé hasta exhalar un anillo que se disolvió al chocar
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con el espejo montado en el cielo de aquella habitación. Observaba con
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detenimiento nuestros reflejos, ahora ahumados.\
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---Hace mucho tiempo ---le comenté ignorando su mirada que aguardaba
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respuesta---, por allá por la década de los sesenta... mi madre me
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compró un perro. Un Rottweiler. De cachorro era bastante juguetón. Le
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puse de nombre Guacoma y le construí un collar con caracoles y piedras,
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de esos que los pescadores traen de la bahía. Íbamos juntos a todas
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partes. Mi padre tenía un conuco y le gustaba correr en los senderos del
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sembrado. El perro era bravo, y le ladraba a todos los que pasaban por
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el bohío. Yo nunca le di mucha mente a eso. Siempre pensé que los perros
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eran así; violentos y ruidosos. Pero un día mordió a una muchacha del
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vecindario y mi padre me dijo que tenía que deshacerme del perro. Me
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dijo que tomara el revólver que guardaba en la mesita de noche de su
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cuarto y que llevara al perro a un gallinero que estaba vacío en la
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parte de atrás del conuco para resolver el problema. Me dijo que tenía
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que ser yo porque ése era mi perro y por lo tanto, mi problema. Yo me
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negué y le rogué que tuviera misericordia del pobre animal. Parece que
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se conmovió, y se llevó al animal a un viaje de negocios que tenía en
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Santiago y lo soltó por allá cerca de un colmado donde sabía que le
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darían comida.\
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---¿Crees que tu papá lo mató y te hizo un cuento de que se lo llevó
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para allá? ---preguntó en voz baja. Inhaló del cigarrillo que iluminaba
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en su rostro una expresión bastante seria.\
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---Eso pensé al principio. Pero después de que ya casi se me había
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olvidado todo el asunto, un día cuando llegué al bohío mi mamá y mi papá
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me dijeron que el perro se había aparecido en casa todo estropeado,
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cojeando de una pata y lleno de heridas por todo el cuerpo. Estaba
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cubierto de sarna y muy famélico. No teníamos ni idea de cómo cruzó el
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domo, pero lo hizo.\
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---¡Qué animal más fiel! ¡De seguro lo bañaron y curaron! No imagino la
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emoción que sentiste al verlo de nuevo.\
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---Te equivocas ---le interrumpí de golpe observándola con una frialdad
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solemne---. Mi padre fue a su cuarto, saco su revólver y me lo puso en
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la mano. Sin decir ni una palabra, lo llevé al gallinero y lo maté de un
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disparo detrás de la cabeza.\
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---Compadre, eso que me cuenta es demasiado cruel. ¿Por qué lo hizo?\
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---Porque mordió a alguien ---respondí sin titubear. Apagué la pipa y
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guardé el tabaco. La oscuridad ahora inundaba la habitación---. No
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existe una cantidad de kilómetros recorridos que pueda cambiar lo que
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ocurrió.\
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Me despedí de la comadre con un beso en el parqueo de un supermercado
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cerca de su casa donde la dejo y la recojo cada vez que salimos a
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pasear. Su figura se fue achicando hasta desaparecer entre las personas
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que caminaban junto a ella. Encendí el deslizador y me perdí por los
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aires nocturnos de Santo Domingo en camino hacia Atabex.\
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El jefe me recibió en su oficina cuando regresé al cuartel. Operábamos
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en unos túneles bajo el puente Coiux; habían sido cerrados hace algunos
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años en un cambio de gobierno. Cuando entré a la habitación, el jefe me
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esperaba entre sus dos guardaespaldas: dos mercenarias modificadas de
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pies a cabeza y que eran más silenciosas que una pared. Los ojos
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robóticos de las asesinas me escanearon al acercarme y la sangré se me
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heló por unos segundos. Los tecnotaínos estamos acostumbrados a
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modificaciones muy intensas de nuestros cuerpos, pero éstas dos eran
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diferentes; parecían más máquinas que otra cosa. Por el brillo de su
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piel noté que eran cromadas. Tal vez fibra de carbón endurecida o quién
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sabe qué otra diablura escondían bajo su ropa de combate táctico.\
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---¿Para qué te pago, Yoquei? ---ladró como de costumbre al recibirme.\
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---Trabajo en lo que sea que usted mande ---aseguré con calma.\
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---¡No me hables disparates! ¡Eres un conserje! ---repicó con renovada
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ira---. Y que te quede claro. Si te doy dinero es para que limpies las
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calles. Me entero por ese malcriado de Jumaquito que las víboras
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coloradas están vendiendo coca y polvo lunar en mí territorio. ¿Y tú te
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vas a pasear a Santiago? ¡Qué cojones los tuyos, amigo!\
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---Don Oroco, con todo el respeto que usted se merece, le avisé con
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tiempo que tenía allá un asunto familiar. ¿Lo recuerda? Dos veces me
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negó la salida hasta que por fin accedió.\
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---¿Entonces la culpa fue mía? ¿Debí obligarte a que te quedaras? ---me
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apuntó con el dedo como si fuera a dispararme.\
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---Ya estoy aquí. Si tiene algo para mí...\
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---¿Algo para ti? ---interrumpió con sarcasmo---. Te vas para otra
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ciudad apenas pidiéndome permiso. Y encima, todo con un secreteo. Ahora,
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¿qué esperas? ¿Qué confíe? Los únicos que confían están bajo la arena
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ahora mismo.\
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---Ameyro creció conmigo ---intervine intentando seguir siendo apacible,
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pero mi tono era de molestia---. De niños, jugamos juntos; de
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adolescentes recorrimos las calles, hicimos colectas y hasta sangramos
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juntos. Pero cuando metió la pata, no hice preguntas ni cuestioné
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órdenes. Si duda de mi lealtad luego de eso, entonces ofende mi honor
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como soldado de los Carib.\
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---Tranquilo, que tampoco soy un loco. Aunque tengo a estas dos
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hermosuras detrás de mí, ni así me sentiría seguro si llegara a insultar
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al mejor de mis... agentes de limpieza ---comentó encendiendo un
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cigarro---. Jumaquito le dijo a uno de mis voceros que al narco lo
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vieron bebiendo en un bar del callejón que está entre la parada de
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Jainima y el bulevar Güaraca. Parece que se para a beber allí con
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frecuencia.\
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---¿Bebe sólo?\
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---Siempre ---dijo en voz baja colocando un arma en el escritorio y
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empujándola hacia mí---. Ya sabes qué debes hacer.\
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Llegada la noche, las calles de Atabex eran inundadas por las luces de
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neón que adornaban los concurridos edificios de la ciudad. No me gusta
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esperar a la madrugada para desparecer a alguien, a veces a plena luz
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del día se puede operar mejor. Pero este objetivo está más protegido que
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los endeudados y ladrones que se meten con la persona equivocada que
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despacho con mayor frecuencia. Cuando llegué al bar que frecuentaba, se
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encontraba vacío y sin señales de vida. Supe entonces que el siguiente
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paso sería buscar una fuente de información. Tuve que cruzar por un
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salón de realidad virtual ubicado en uno de esos callejones de mala
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muerte donde los turistas desaparecen con frecuencia. Lo único de ellos
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que reaparece son sus órganos en el mercado negro. En las sillas se
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encontraban conectados varios tecnotaínos que se sacudían violentamente
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de vez en cuando como respuesta a lo que sea que estaban experimentando
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en sus visores. Me detuve frente a uno de ellos, y lo arranqué de la
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máquina con todo y cables.
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---¿Te has vuelto loco? ---vociferó al volver en sí luego de unos
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minutos. Sus pupilas dejaron de dilatarse---. ¡Pudiste matarme al cortar
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mi conexión neuronal con la estación de realidad virtual!
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Lo golpeé en el rostro, y luego le hice rodar por el suelo hasta que se
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estrellara contra otra de las máquinas. Continué azotando su cara por un
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rato; necesitaba ablandarlo antes del interrogatorio, pero admito que se
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me pasó un poco la mano cuando empezó a escupir algunos dientes.
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---Tu jefe ---dije entre puñetazos---.\
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---¡Trabajo sólo! ---mintió entre sus alaridos de dolor.\
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---Todavía me quedan dos centenas de huesos por quebrar ---dije después
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de romperle la mano de un fuerte pisotón. Entre llantos balbuceó una
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dirección; me dirigí allá de inmediato luego de arrastrar al soplón
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fuera del salón y estrangularlo cerca de un vertedero.\
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La dirección me llevó a una cabaña llamada «El placer», cuyo letrero
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sólo iluminaba una que otra letra de vez en cuando. En la recepción, me
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recibió un pandillero que pretendía ser un empleado. Por suerte pude ver
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el bulto que marcaba su pistola bajo la chaqueta y le puse un tiro en la
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sien antes de que pudiera producirla. Su sangre se desparramó en un
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espejo detrás de él y empezó a escurrirse hacia abajo; observé por un
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momento mi figura distorsionada por el flujo escarlata de su sangre. Mi
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objetivo estaba en el cubículo veinte y ocho. Cuando di con el lugar, me
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escabullí por el garaje y preparé una escopeta con varios cartuchos.
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Conté mentalmente hasta diez, y derribé la puerta. Lo primero que maté
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fue una puta que corrió desnuda hacia mi. El escopetazo por poco la
|
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separa en dos. Lamentablemente, el objetivo se había atrincherado en el
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|
cuarto y logró balearme en el hombro izquierdo. Intercambiamos disparos
|
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por un rato, pero era necesario que pensara en una estrategia.
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|
Acaricié una granada en mi cinturón, pero era de alta fragmentación; lo
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haría picadillo, pero a mí también. Decidí lanzarla de todos modos, y me
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|
encerré en el baño de un salto. La explosión derribó la puerta y parte
|
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de las paredes por todo el lugar. Me costó trabajo levantarme y quitarme
|
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todos los escombros de encima, pero cuando lo hice pude verificar que mi
|
|
contrato había concluido.
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Sabía que la policía y sus behiques investigarían lo ocurrido; podrían
|
|
llegar en cualquier momento, así que emprendí la huida. En el pasillo,
|
|
me detuvo uno de los secuaces del narco.
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---¡Ni se te ocurra! ---dijo cuando me vio intentar empuñar mi arma. Me
|
|
apuntaba con la suya determinado a halar el gatillo. Cerré los ojos
|
|
cuando vi que lo presionaba. El disparo fue estridente pero no sentí el
|
|
impacto. Cuando abrí los ojos, el hombre estaba muerto; frente a mí se
|
|
encontraba Ameyro con una expresión más fría que el hielo.\
|
|
---Creías que no iba a regresar porque me dejaste sin implantes en las
|
|
piernas. Pero mi primo que vive en Santiago me recogió y me llevó a un
|
|
experto en implantes que opera en criminales como yo. Me ha dejado mejor
|
|
que antes; hice que me cortara ambas piernas y me las reemplazara por
|
|
versiones sintéticas.\
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---Eres un idiota ---susurré---. Cuando Cacimar se entere que estás de
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|
vuelta en la ciudad...\
|
|
---No se dará cuenta ---respondió con calma.\
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|
---¡Te encontrará porque su padre es el Jefe! ¡Controla la ciudad!\
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---No se dará cuenta porque le corté la garganta y lo vi desangrarse en
|
|
su apartamento hace algunas horas.
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|
La revelación me hizo dar un paso hacia atrás y casi pierdo el
|
|
equilibrio. Esto era muy serio. No sólo le costaría la vida a este
|
|
irresponsable, también la mía y la de mis personas más cercanas. La
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comadre me vino a la mente: ¿Sabía acaso sobre ella?
|
|
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|
---Si nos enfrentamos al Jefe, morirán muchas personas ---dije en un
|
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suspiro.\
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---Lo sé ---respondió Ameyro determinado.\
|
|
---Posiblemente nosotros por igual ---clarifiqué, pero su expresión se
|
|
mantuvo igual.
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|
|
Le expliqué que en mi casa estaríamos a salvo y podríamos elaborar un
|
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plan. La caminata me resultó familiar. Ameyro discutía tan
|
|
apasionadamente sus ideas para enfrentar a Don Oroco, que no se dio
|
|
cuenta que ahora caminaba frente a mí. El disparo fue limpio; cuando
|
|
cayó al suelo, parecía estar borracho o dormido. ¿Enfrentar al Jefe?
|
|
¿Con qué ejército?
|
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|
Justo cuando pensaba que podría dormir algunas horas y dejar el tiempo
|
|
volar, me pasa que ahora debo desaparecer un cadáver y culpar a las
|
|
Serpientes de Sangre por otro. Como siempre, las noches son más largas
|
|
en la ciudad de cromo\...
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